En la parte
alta del eixample esquerra Carles Gaig tiene situado su restaurante de cocina
tradicional catalana que, como bien comentó Ferran Adriá en su momento, hacían
falta restaurantes de comida catalana de buena calidad evitando el minimalismo
y creatividad en los platos, que de esos ya encontramos muchos.
Una comida que
se disfruta entonces por la alta calidad de la materia prima y su elaboración,
pero que como local no me llamó la atención. Posiblemente la delicadeza,
calidad y cercanía de los platos y el servicio no se reflejaba en el espacio.
Un espacio, eso sí, moderno, elegante…pero algo típico, que podría parecerse a
cualquiera de estas cadenas de restaurantes (ojo, algunas están muy bien). Lo
único que, posiblemente, al ser un restaurante de alta gastronomía en mi
opinión le faltaría al local en sí algo que lo caracterizara y lo hiciera más
sugerente, manteniendo la sobriedad del entorno. Pero quiero destacar que el
servicio es excepcional y eso, está por encima del lugar.
He estado pensado que posiblemente lo que le sucedía al local no era tanto la decoración en sí,
porque como he dicho era moderna y sencilla, sino la iluminación. El local
transmitía la sensación de estar en el momento comida y no de cena (ocasión en
la que acudí), y eso genera un estado emocional también diferente.
Vamos a la
comida... pues me hubiera pedido todo. Comida catalana de autor sin demasiadas
complicaciones pero con ingredientes de primera calidad y con la referencia del
chef. En la carta de vinos te pierdes; porque hay multitud de D.O. tanto
catalanas como de diferentes zonas de España y puedes encontrar muchos vinos a buena
relación calidad-precio que el mismo camarero te recomienda amablemente.
El servicio,
cuando digo que es de calidad no sólo lo digo por la constante atención
mesurada que te dedican (mesurada en el sentido de que te dejan espacio, cosa
que en algunos sitios a veces no pasa), sino que lo digo también por la
proximidad que transmiten y por la disponibilidad en aconsejar. Esto me parece clave
en un restaurante de alta gastronomía que ofrece productos autóctonos.
Algo que
resultó hasta divertido fue el silencio que se transmite al entrar, lo que
provoca que se te contagie y sin querer te veas hablando casi susurrando… por no molestar al resto de
mesas. No sé si ese día se dio por el hecho de ser entre semana y que había muy
pocas mesas ocupadas de dos personas, o porque el sitio en sí es siempre un
templo místico de la gastronomía.
Me olvidaba de
comentar el precio… es para un día muy muy especial que hayas preparado el
bolsillo. Ahora sí, el precio está acorde a lo que uno come. Recomiendo las
vieiras a la plancha con verduras y el tártar de atún blue fin, como tenía que ser.